La empatía es la capacidad de percibir, compartir o inferir en los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás, basada en el reconocimiento del otro como similar. Es una capacidad que nos ayuda a comprender los sentimientos de los otros, facilitando también la comprensión de los motivos de su comportamiento, es la habilidad para “ponerse en el lugar del otro” y “hacérselo saber”. Se trata de comprender al otro, ponerse en su lugar aunque no estemos de acuerdo con él.
Es una habilidad que se puede aprender, ya que no nacemos siendo empáticos, sino que esta habilidad interpersonal forma parte de nuestro correcto desarrollo emocional comenzando a desarrollarse desde la más tierna infancia.
Vamos a ver entonces porque las personas con trastorno narcisista de la personalidad no tienen esta habilidad maravillosa de la empatía.
Como explico en mi libro 30 PASOS PARA TU EMPODERAMIENTO donde muestro como hacer crecer la empatía en nosotros, la base de la empatía reside en las neuronas espejo que permiten la captación e imitación de los estados emocionales de nuestros semejantes. Estas neuronas propias de nuestra biología deben combinarse con la socialización para poder alcanzar unos niveles de empatía adecuados.
Las neuronas espejo se disparan cuando realizamos una acción al observar a alguien realizarla. El hecho de que nuestro cerebro reaccione igual que la persona que observamos, explica el aprendizaje por imitación.
Por eso los niños aprender por imitación, reflejan lo que ven en sus padres.
La empatía primitiva
Aparece ya desde los tres meses de edad, se desarrolla gracias a las situaciones de interacción con los adultos, facilitando la creación de vínculos afectivos intensos y privilegiados. En este sentido, la actitud y la educación emocional de los padres es fundamental para que un niño desarrolle empatía.
Un niño cuyos sentimientos son ignorados por sus padres, que le dicen frases como “deja de llorar”, “no te pongas así”…, no le enseñan a ver el valor que tiene, aprenderá a ignorar sus sentimientos y los de los demás. Del mismo modo, un niño al que se le atiende emocionalmente (se le escucha cuando se queja, se le dan besos, caricias, etcétera) aprenderá a escuchar sus propias emociones y las de los otros, abriendo paso a los primeros pasos del desarrollo de la empatía.
Bien es sabido segun nos confirman las teorías clínicas del narcisismo, como las de los psicoanalistas austriacos Heinz Kohut y Otto Kernberg, postulan que el narcisismo adulto tiene sus raíces en las experiencias de la primera infancia. Tanto Kohut como Kernberg se centran en las relaciones parentales tempranas como la génesis del trastorno de personalidad narcisista de un adulto. Ambos ven el narcisismo como un defecto en el desarrollo de un saludable e independiente “Yo”.
Según Kohut, el yo del niño se desarrolla y gana madurez a través de las interacciones con otros (principalmente la madre) que le brindan la oportunidad de obtener aprobación y mejorar, e identificarse con perfectos modelos de conducta.
Los padres empáticos contribuyen al desarrollo saludable del yo del niño de dos maneras. Primero, proporcionando un reflejo que fomenta un sentido más realista del yo. En segundo lugar, los padres revelan limitaciones en sí mismos que llevan al niño a internalizar o asumir una imagen idealizada que es realista y posible de lograr.
Los problemas se presentan cuando los padres no son empáticos y no proporcionas la aprobación y los modelos de rol apropiados. Según Kohut, el narcisismo es, en efecto, una detención del desarrollo: una parada en el desarrollo del niño en lo que era una etapa normal y necesaria. El resultado de una crianza con padres no empáticos es que el yo del niño sigue siendo grandioso y poco realista. Al mismo tiempo, el niño continúa idealizando a otros para mantener su autoestima a través de la asociación.
En contraste, la teoría de Kernberg sostiene que el narcisismo es una defensa. Es el resultado de la reacción del niño ante la frialdad y la falta de empatía por parte de los padres, quizás debido a su propio narcisismo. Según Kernberg, el niño se vuelve emocionalmente hambriento y responde con rabia a la negligencia de los padres. Desde este punto de vista, la defensa narcisista refleja el intento del niño por refugiarse en algún aspecto del yo que evoca admiración en los demás, una defensa que en última instancia da como resultado un sentido de sí mismo grandioso e inflado. Los narcisistas, en opinión de Kernberg, son grandiosos por fuera, pero vulnerables y cuestionan su autoestima por dentro.
Las teorías de Kernberg y Kohut caracterizan a los narcisistas como individuos con una historia infantil de relaciones sociales insatisfactorias que, como adultos, poseen una visión grandiosa del yo que fomenta una dependencia conflictiva de los demás.
Pero por favor, que una persona haya sufrido en la infancia no debe servir de justificación para que abuse a otros seres, incluso a sus propios hijos. Todas las personas tenemos dos camino en esta vida, el fácil , el de seguir en nuestra zona de confort donde decidimos seguir como estamos y no cambiar, o el de afrontar nuestras heridas.